Perfumes egipcios y sudor griego: lo que nunca te contaron sobre la historia del olor y el olfato

2022-09-10 12:36:04 By : Ms. Lisa Zhou

El libro Odorama, del periodista argentino Federico Kukso, es un viaje fascinante a las raíces de los aromas del mundo y un llamado a volver a oler en un mundo cada vez más desodorizado

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24 de agosto de 2020 a las 05:02

En el mundo antiguo las narices eran una fiesta. En el Egipto faraónico el incienso dominaba cada plano, el divino y el terrenal; en la Grecia de Aristóteles, Platón y Aristófanes, la inmundicia del Ágora se mezclaba con una dieta mediterránea y el sudor de los olímpicos; el Imperio romano hedía de una manera legendaria, y sitios como el Coliseo romano tenían tanta predominancia olfativa que, dicen los historiadores, se colaba en las narinas a kilómetros de distancia; el Palacio de Versalles de Luis XIV, en tanto, fue la cuna de algunos de los primeros perfumes, mientras que la Edad Media, oscura como pocas, fue el seno de un olor tan trascendental como terrible: el de la muerte y el miedo, que llegaban cabalgando en la peste negra.

De Occidente a Oriente, del Neolítico hasta nuestros días, la historia de la humanidad es la historia del olor. Reprimidos, alabados, conquistados, perseguidos, transformados, considerados señales de los dioses o efluvios de los demonios, los olores han estado siempre encadenados a las costumbres de ayer y hoy. De acá y de allá. Por eso, hablar de la historia del olor también es hablar la historia de la higiene, de las enfermedades, de la religión, de la comida, del placer. El olfato es un sentido riquísimo, y su importancia atraviesa todas las líneas de tiempo. Sorprende reflexionar hasta qué punto su desarrollo fue fundamental para el tipo de vida que tenemos hoy: muchas de las cosas que nos son corrientes no estarían en nuestras manos de no haber sido por alguien que, varios cientos de años atrás, “olió”.

Las rosas de Heliogábalo 1888 - Lawrence Alma-Tadema

Pero en esta historia multicultural y olorosa hay un quiebre. En algún momento, entre pestilencias asimiladas y aromas codiciados, el proceso de supresión del olor apareció y cambió las reglas para siempre. Sí, no lo hizo de un día para el otro, pero su resultado fue contundente. A medida que el mundo civilizado se adentró en las capas más escabrosas de los siglos xvii y xviii, la desodorización tomó por asalto a la raza humana y modificó la esencia del sentido más visceral de todos. De repente, “oler” significaba “oler mal”, y la propia palabra adquirió connotaciones negativas. El universo aromático se redujo drásticamente, nuestra capacidad olfativa también y el resultado es que hoy buscamos esconder todos nuestros efluvios a diario. Se instaló con fuerza paquidérmica la cultura del no-olor.

Pero, de nuevo, esto no siempre fue así: por varios siglos el mundo vivió por y para sus olores, y algunos de ellos, como las nuevas rutas de las especias en los siglos xv y xvi o la búsqueda desesperada de una cura contra la peste, abrieron nuevos mundos físicos y de conocimiento a distintas civilizaciones. De hecho, fueron los que terminaron de impulsar, entre otras cosas el descubrimiento de nuevos mundos, nuevos continentes, que conectaron a las civilizaciones “perdidas” y terminaron por decidir, para mal, el destino de unas cuantas.

Es por eso que la historia de los aromas y su relación con el mundo y la humanidad es fascinante. Y fascinante es, también, un libro que hace algunas semanas llegó a librerías uruguayas. Se titula Odorama, lo firma el argentino Federico Kukso y busca contar, justamente, la historia cultural del olor.

Hombre que se cubre la boca con un pañuelo, caminando por una calle de Londres llena de humo. 1862. - Wellcome library.

El currículum de su autor es encomiable. Kukso es periodista especializado en ciencia, tiene estudios en la Universidad de Harvard y el MIT, forma parte de la junta directiva del WorldFederation Sciencie Journalism y ha publicado en Le Monde, Undark, Scientific American, El País de Madrid y La Nación. Pero, sobre todo, Kukso tiene una capacidad que, en este libro, resulta de especial importancia: un talento increíble para unificar en su texto la ciencia más dura, la historia universal, los testimonios de los expertos y un relato que página a página se vuelve más y más adictivo. En ese sentido, Odorama es un libro para viajar, pero también para recitar: muchos son los pasajes que despiertan la necesidad en el lector de contarlos a viva voz a la primera persona que pase por al lado. “Queramos o no, cada vez que respiramos estamos comulgando con la historia y con el cosmos. Nuestra conexión con el pasado no es solo intelectual y emocional, sobre todo es física”. Esta es una de las frases que utiliza Kukso en uno de los primeros capítulos del libro para hacer referencia al hecho de que todos los átomos que existen en el aire ya fueron respirados en algún momento de la historia por otro ser vivo. Bien podría ser, además, la carta de presentación para el tema que Odorama hace suyo.

Cada uno encontrará, en las páginas del libro, su episodio histórico-oloroso favorito. Es asombroso conocer, por ejemplo, la relación que los antiguos egipcios establecían entre sus dioses, el inframundo y los aromas de su imperio desértico. “El olor rey era el incienso, el aroma de la presencia divina. (…) El perfume fue un elemento sagrado antes que cosmético. Como los obeliscos, los aromas y los perfumes unían a los faraones con los dioses, la tierra con el cielo”. También es extraño conocer las costumbres de los griegos, que hicieron del comercio del “olor” algo económicamente redituable: el sudor mezclado con aceite de los atletas olímpicos se recogía en frascos luego de las competencias y se vendía para tratar inflamaciones; también existió un gremio –el koprologoi– que se dedicaba a recolectar la cantidad desbordante de heces y orina humana que había en las calles de Atenas y las vendía como fertilizante.

El alma de la rosa, 1903 - John William Waterhouse

De esas historias Odorama tiene decenas, pero el interés de esta historia odorífera no radica solo en esas curiosidades. Son especialmente sugerentes los momentos en los que Kukso se asoma al precipicio de la historia y establece conexiones sobre la manera en la que se pensó y se piensa el olor y el olfato para hablar de nuestras propias sociedades. “Cada vez más empoderada, la visión fue arbitrariamente asociada con los hombres: exploradores, científicos, políticos e industriales descubrían y dominaban el mundo a través de su mirada penetrante. El olfato, en cambio, pasó a ser marginado como el sentido de la intuición y el sentimiento, de la seducción, todas cualidades que fueron identificadas con las mujeres. Se trataba de mapas, microscopios y dinero por un lado, y popurrí, polvos aromáticos y perfume por el otro”.

Más hondo es el momento en que la conexión es entre el olor y la moral. Allí la discriminación, el racismo y el odio se hacen carne en los aromas, y los discursos los explotan a más no poder. Un ejemplo es el del nazismo y su determinación a catalogar el “olor del judío” como algo asociado a lo indeseable, a la corrupción física y moral.

Y entre los olores del cuerpo humano, las diferencias biológicas entre los sexos, las peculiaridades de esa ventosidad tan simpática y popular llamada pedo y las historias, enormes y tremebundas, de la desodorización de ciudades apestosas, como Roma, París y Londres, Odorama se mete en terreno actual: los experimentos olfativos actuales, el olor de la enfermedad, la eminencia de un mundo desodorizado, las diferencias olfativas entre pueblos remotos, los aromas que nos esperan en otros planetas, otras galaxias.

“La era digital es la cumbre del proceso de silenciamiento olfativo. Acariciamos teclas y pantallas, nos atragantamos con imágenes, nos empachamos con sonidos lejanos. Pero a los olores del mundo los anulamos”, dice Kukso sobre el final y, de alguna manera, resume el cometido de este libro: recuperar el olfato, volver a oler. Pensar una época en la que las narices recibían información como una antena parabólica y recuperar una manera de experimentar el mundo que, quizá, estemos hipotecando para siempre. Volver, de alguna manera, a hacer de los olores una celebración.

Problema íntimo. Publicidad de desodorante vaginal. Revista Gente. Septiembre, 1972.

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