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temas / Curiosidades de la historia
Pintura de Eugene de Blaas titulada La costurera, realizada alrededor de 1884.
Actualizado a 15 de octubre de 2021 · 12:41 · Lectura:
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Seguramente leer este artículo será para muchos de nuestros lectores como abrir una cápsula del tiempo. Algunos recordarán a sus madres o abuelas sentadas en el cuarto de costura, escuchando en la radio alguno de sus programas favoritos, mientras sus hábiles dedos trajinaban botones, bajos de pantalones, rotos en los codos de los jerséis... Eran tantas las cosas que precisaban de aguja e hilo… Unas con más fortuna y otras con menos, todas intentaban remendar lo que se había desgarrado y coser lo que era necesario. No estaba la economía familiar como para tirar la ropa y comprar otra nueva. Para llevar a cabo ese minucioso trabajo, no podía faltar un pequeño escudo, la mayoría de las veces de metal, que todas utilizaban para coser y no lastimarse los dedos: en efecto, estamos hablando del dedal, ese pequeño objeto que todos hemos visto alguna vez, pero del que seguramente sabemos muy poco. Veamos aquí su historia.
Es difícil establecer el origen exacto de esta curiosa pieza, pero en algunas excavaciones arqueológicas realizadas en asentamientos neolíticos del sudeste de Rusia, datados de hace unos diez mil años, así como en algunas zonas de África y de China, los arqueólogos han localizado diversos tipos de lo que se conoce entre los investigadores como acutrudium o "empujadores de agujas", unas pequeñas piezas de piedra, hueso o madera que supuestamente fueron utilizadas para coser en tan remotos tiempos. Asimismo en algunas tumbas egipcias se han descubierto unos objetos parecidos. Se trata de unas piezas de cuero, semejantes a unos anillos anchos y rugosos, que al parecer se empleaban para proteger los dedos y que se han datado entre los años 1200 y 1000 a.C.
En Egipto se descubrieron unas piezas de cuero, parecidas a unos anillos anchos y rugosos, que al parecer se empleaban para proteger los dedos y que se han datado entre los años 1200 y 1000 a.C.
Estuches antiguos para guardar dedales.
En el siglo I a.C. el escritor, militar y magistrado romano Marco Terencio Varrón ya hacía referencia a un objeto llamado digitale o digitabulum (término que procede de la voz latina digitus, dedo), aunque los investigadores creen que estas piezas metálicas no se usaban para coser de forma doméstica, sino que los hombres las empleaban mientras tejían y reparaban las redes de pesca o mientras cosían las gruesas telas de las tiendas que utilizaban las legiones. Pero al parecer los romanos reservaban otro uso muy curioso a esas pequeñas piezas, no solo para no pincharse los dedos mientras cosían; estos objetos disponían de un pequeño gancho incorporado que se utilizaba para pinchar las aceitunas durante los banquetes.
La aparición del dedal en la península ibérica se produjo posiblemente con la llegada de los árabes a nuestro país en el siglo VIII. Es frecuente hallar dedales en las excavaciones de yacimientos arqueológicos del antiguo al-Andalus cuya forma ha perdurado en el tiempo hasta nuestros días. A pesar de ello, aunque los dedales encontrados puedan parecerse entre sí, lo cierto es que existen grandes diferencias que nos permiten datarlos y conocer su uso. La forma, el grosor o el calibre nos indican para qué se usaban los dedales, e incluso las posibles incisiones en las piezas nos pueden sugerir el grosor de aguja que se empleaba para coser. Pero ¿cómo se usaba el dedal? Se ponía en el dedo corazón de la mano derecha y se usaba para empujar la aguja, lo que permitía ejercer la presión necesaria sin pincharse.
La forma, el grosor o el calibre nos indican para qué se utilizaban los dedales, e incluso las posibles incisiones en la pieza nos pueden sugerir el grosor de aguja que se empleaba para coser.
Retrato de Catherine Brass Yates, esposa de un rico comerciante de Nueva York, realizado entre 1793 y 1794 por el artista norteamericano Gilbert Stuart.
En otros países de Europa también tenemos constancia de la presencia de dedales durante la Edad Media. Alrededor de 1150, las fuentes cuentan que entre había un dedal entre los objetos que componían la dote de Hildegarda de Bingen, abadesa benedictina, científica, escritora, iluminadora de manuscritos, mística y compositora (es la primera persona de quien se ha conservado música escrita), cuando ingresó en el monasterio. Durante el medievo, los dedales se hacían de bronce y se han hallado algunos dedales más alargados que seguramente fueron utilizados por los guarnicioneros, los artesanos encargados de trabajar los artículos de cuero, para protegerse los dedos de las posibles heridas causadas por el uso de las agujas. Pero al parecer los dedales también fueron usados los arqueros, a quienes el uso de los arcos y de las ballestas podía ocasionar dolorosas heridas en las manos. Asimismo se ha documentado otro tipo de dedales, los llamados cilíndrico-cónicos, cuyo tamaño y grosor era aún mayor y que los investigadores piensan que podían haber sido empleados por los alpargateros y los alabarderos (soldados armados con alabardas, un arma mezcla de lanza y hacha).
En el año 1380, la ciudad alemana de Núremberg era el centro de una importante industria dedalera que elaboraba estas piezas principalmente en hierro y bronce. Dos siglos más tarde, en el año 1530, el médico, astrólogo y alquimista suizo Paracelso daría al zinc su nombre, además de realizar la primera descripción precisa de las propiedades de este metal. Con este elemento se elaboraron, así, dedales más resistentes y la ciudad de Núremberg se convertiría en la capital de la artesanía del dedal. En 1537 se elaboraron los primeros "estatutos y reglamentos de Núremberg" para los artesanos de dedal, y en 1568, el artista suizo Jost Ammann realizó un libro de grabados que mostraba a artesanos elaborando dedales de madera.
En 1530, el médico, astrólogo y alquimista suizo Paracelso descubrió el zinc, lo que permitió una mejor elaboración a la hora de dar forma final a este objeto y convirtió a la ciudad de Núremberg en la capital de la artesanía del dedal.
El dedal continuó siendo una pieza muy popular en el siglo XVII. Se dice que en 1648, uno de los joyeros más prestigiosos de Ámsterdam, llamado Nicolás Van Beuschooten, regaló por su cumpleaños a una tal señora Van Reusselar un dedal que había fabricado con todo esmero. El dedal iba acompañado de una nota en la que el joyero pedía encarecidamente a la dama que aceptara aquel presente para proteger sus delicados dedos cuando llevara a cabo sus labores de costura. La producción en cadena de dedales llegaría en el año 1696, cuando se inventó una máquina que permitía su fabricación en serie, lo que hizo que estos objetos fueran mucho más baratos.
Fabricante de dedales. Grabado de Das Ständebuch realizado por Jost Amman en el año 1568.
En el siglo XVIII, el dedal se convirtió en un regalo de lujo (algunos de ellos se fabricaban en porcelana, oro y plata) que los jóvenes de la nobleza hacían a sus prometidas. El objeto adquirió tanto prestigio que las damas de este siglo incluso llegaron a utilizar la parte superior del dedal como sello para firmar sus cartas. Las decoraciones también fueron adaptándose a los gustos de la época, y en ellas destacaban las ondas, las flores o las hojas, propias del arte neoclásico o del rococó. A pesar de que los dedales de plata eran objetos muy cotizados, tenían una desventaja: la plata es un metal blando por lo que las agujas lo traspasaban con facilidad. Por ese motivo, en el año 1884, el joyero inglés Charles Horner presentó una gran innovación en la fabricación de dedales de plata. Horner añadió un núcleo de acero recubierto de plata que lo hacía prácticamente impenetrable. Estos nuevos dedales recibieron el nombre de "dorcas".
Las decoraciones de los dedales también fueron adaptándose a los gustos de la época, y destacaron las ondas, las flores o las hojas, propias del arte neoclásico o del rococó.
Sin dejar de perder su uso tradicional, a finales del siglo XIX el dedal se convirtió en una pieza multiusos. Por ejemplo, algunos dedales permitían esconder en su interior un metro para medir, indispensable para cualquier sastre o modisto de la época, e incluso algunos podían contener pequeños frascos de perfume. Con el tiempo, las medidas de los dedales fueron variando en función de si la pieza era usada por hombres o por mujeres. El dedal de hombre, por ejemplo, usado por los sastres, era de mayor tamaño, tenía una forma hueca y estaba abierto por la parte superior; también permitía sentir mucho mejor la tela a la hora de coser. Por su parte, el dedal femenino era liso en su interior y cerrado por su parte más estrecha.
"Trileros" utilizando dedales para sus trucos. Caricatura del año 1842.
Hasta ahora nos hemos referido al dedal que se utilizaba en Occidente, pero ¿se empleó algo parecido en Oriente? La respuesta es sí. En Japón concretamente existen los conocidos como yubinukis, que son unas piezas que puede ser de metal o de cuero y que tienen la forma de un pequeño platillo que se coloca en el dedo como si fuera un anillo. A diferencia del dedal tradicional que todos conocemos, el japonés se pone en la primera falange del dedo corazón en lugar de en la punta y se utiliza de la misma manera, es decir, para acompañar a la aguja a través de la ropa. Convertidos en auténticas piezas decorativas, algunos de ellos, conocidos como kaga yubinuki, están decorados con hilos entrecruzados de seda de distintos colores y son pequeñas obras de arte.
A diferencia del dedal tradicional que todos conocemos, el japonés se pone en la segunda falange del dedo corazón y se utiliza de la misma manera, es decir, para acompañar a la aguja a través de la ropa.
Los dedales acabaron convirtiéndose en una autentica pieza de coleccionista, sin distinción de clases sociales. Muchos amantes de los dedales rivalizaban en la adquisición de las piezas más bonitas, y, en algún caso, también de las más curiosas. En la actualidad, aunque tal vez no disfruten de la importancia que tuvieron hace años, aún se utilizan. Si estamos interesados en conocer la historia de este pequeño y útil objeto podemos visitar las excelentes colecciones de dedales que se conservan, entre otras instituciones, en el Museu Frederic Marés de Barcelona y en el Museo Arqueológico Nacional de Madrid. Como hemos dicho al principio de este texto, será como abrir una auténtica cápsula del tiempo.
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